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miércoles, 17 de marzo de 2010

La Vasija


A veces pienso que en su cara se ha vertido el campo. Sus arrugas son surcos agrietados que salen de la tierra, el color amarillento de sus dientes como día de agosto. Su nariz de monte y sus labios de río chico. Esas manos grandes, belludas y bastas de esparto. Ese cuerpo no labrado de piernas curvas que te lleva a la civilización con mirada de culo de vaso. Aunque no se hubiese dedicado a la agricultura, todo el mundo pensaría que es agricultor.
Así es el novio de mi tía, no entiendo como ha podido enamorarse de él. Hace tiempo que sé que no se quiere, aunque apenas tengo nueve años me doy cuenta. Ella con exceso de peso, todo el mundo la observa cuando camina por la calle, intenta ocultarse en su rollizo cuerpo de mujer pero no puede. Sus ojos, sus labios, su cara, hasta sus manos desprenden tristeza. Tristeza triste que viene de adentro, de la que tiene dificil cura. Mi madre dice que lo peor es que sea mayor que ella, que eso, es su sentencia final. Pues en el futuro se quedará sóla, viuda. Y yo la creo, pues a veces miro a ese hombre y me parece que su cara se va a descomponer en mil trozos agrietados como vasija mal cocida.